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Presentar una exposición en la Cámara de Diputados no puede ser un gesto neutro: es llevar al centro de la vida política del país un conjunto de obras que hablan de lo humano, de lo intangible y de lo invisible que nos constituye. Cada pieza de «Topografía de lo Invisible» se convierte en una invitación a pensar en los fundamentos de nuestra convivencia: valores, silencios, dualidades, responsabilidades y memoria. Lo invisible no es ausencia, sino presencia en otra frecuencia. Es aquello que, aunque no se vea, sostiene la experiencia de lo humano: la fragilidad de los afectos, la tensión entre vida y muerte, el eco de lo sagrado, la vulnerabilidad del cuerpo, las huellas de la naturaleza que nos sostiene. Esta exposición propone recorrer un territorio donde lo visible se abre hacia lo no dicho, donde la materia revela lo inmaterial que la habita. Los bronces, las formas contenidas, los gestos suspendidos, las arquitecturas imposibles o los signos mínimos se entrelazan para construir un mapa sensible de lo que permanece oculto: la memoria colectiva, la fuerza de lo intangible, la búsqueda constante de luz, la dignidad de los silencios. Es también desde el arte una declaración política y al mismo tiempo poética: un recordatorio de que lo esencial de la vida democrática también habita en aquello que no siempre se escribe en las leyes. La exposición plantea, así, un ejercicio de conciencia: volver visibles los pliegues más íntimos de nuestra condición humana. «Topografía de lo Invisible» es, en ese sentido, un espejo y un mapa. Un espejo que devuelve lo que somos cuando nos reconocemos en lo que no se toca ni se mide; y un mapa que orienta hacia los territorios donde la experiencia humana se hace más profunda: la vida, la muerte, el deseo, la esperanza.

 

 

 

 

 

OBRAS

Amuleto del Aire VIII

La serie Amuleto del Aire traslada al territorio del viento a la figura ancestral del amuleto, objeto que a lo largo de la historia ha sido símbolo de protección y depósito de confianza. Estas esculturas verticales, erguidas como antenas, parecen activarse con el roce invisible del aire, como si fueran custodios de lo intangible.

En ellas, lo sólido del bronce contrasta con lo etéreo del viento, fijando en la materia lo que por naturaleza no puede ser contenido. Cada pieza funciona como talismán espacial, no de bolsillo, que protege tanto el lugar que la recibe como a quienes lo habitan o transitan, recordando que lo invisible también necesita guardianes.

Amuleto del Aire XXIII

Un amuleto siempre ha sido objeto de resguardo personal, ligado al cuerpo y a la intimidad de quien lo porta. Sin embargo, en estas esculturas esa escala se multiplica y el gesto se amplifica: ya no protegen a un individuo, sino a todos y todo lo que lo rodean. Erguidos en plazas o recintos, los Amuletos del Aire se transforman en guardianes colectivos, recordando a la memoria ancestral de los pueblos que confiaban en símbolos para protegerlos de la incertidumbre. El bronce, trabajado con pulcritud y tensión, condensa siglos de tradición material, mientras su verticalidad remite a los tótems y a las señales rituales que organizaban el espacio humano. En estas piezas, la memoria del amuleto individual se vuelve monumento, invitando a que lo invisible de cada uno —la fe, la esperanza, la vulnerabilidad— se comparta como un patrimonio común.

Amuleto del Aire XV

El aire es el territorio más amplio y a la vez más inasible: no tiene fronteras, no puede poseerse, y sin embargo lo respiramos en cada instante. En esta paradoja se inscribe la serie Amuleto del Aire, que se alza como intento de fijar en bronce lo indomable. Cada pieza, esbelta y ascendente, parece extenderse hacia lo cósmico, como antena que conecta lo humano con lo infinito. Más que custodiar al viento, lo que estas esculturas sugieren es la posibilidad de escucharlo, de volverlo visible, de recordar que somos parte de un tejido mayor que nos excede. El amuleto ya no es solo defensa, sino señal de pertenencia: la conciencia de que lo invisible que nos atraviesa también nos une. Así, los Amuletos del Aire encarnan una aspiración universal: protegernos al reconocernos como parte de lo mismo que respiramos.

Sinapsis VIII

Estas piezas plantean la metáfora de un ejército interior. Cada pequeño soldado de plástico, recubierto en oro, es una neurona, un pensamiento, una emoción. Son idénticos en forma y en uniforme, todos parte de la misma mente, del mismo cuerpo. Sin embargo, una fisura divide el conjunto, revelando el momento en que esa unidad se fragmenta y el ejército se enfrenta contra sí mismo. La superficie de oro —tanto en los soldados como en la placa que los soporta— actúa como velo y como denuncia: lo que parece valioso y sólido es en realidad frágil, precario, inestable. El oro embellece la confrontación, pero no la resuelve. La obra habla de la guerra interna de la conciencia, ese instante en que pensamiento y emoción ya no van en la misma dirección, en que el yo se desdobla en contrarios y entra en conflicto consigo mismo. Es la batalla silenciosa que cada persona libra dentro de su propio campo mental y emocional.

Naturaleza mínima LXXIII

En Naturaleza mínima, la monumentalidad cede lugar a lo íntimo. La obra captura un instante universal: la luz que se filtra entre las hojas de los árboles, un gesto mínimo que todos reconocemos como fuente de calma y esperanza. Esa visión compartida, sin importar edad ni condición, despierta en cada persona una misma emoción: sentirse acogido por la naturaleza. La cerámica fija en materia lo efímero de la luz, convirtiéndolo en una experiencia táctil y perdurable. La pieza funciona como recordatorio silencioso de que, más allá de las tensiones y contradicciones humanas, todos compartimos la misma condición: somos seres que, durante toda la vida, permanecemos en búsqueda de la luz.

Nuestros Silencios

Nuestros Silencios es una de las exposiciones más emblemáticas de la obra de Rivelino. Concebida como un proyecto itinerante de gran formato, la instalación recorre el mundo con un mensaje contundente: el silencio no es ausencia, sino materia cargada de memoria, resistencia y diálogo.

La obra está compuesta de 10 esculturas monumentales en bronce, hieráticas, solemnes, que muestran en su rostro una placa que les cubre la boca. El gesto es simple y radical: la palabra queda contenida, la voz enmudecida, y lo que surge es el territorio del silencio como experiencia colectiva.

La instalación no busca imponer un discurso, sino abrir un espacio de reflexión, donde cada visitante se enfrenta a su propio silencio y al de los otros. En cada recorrido internacional, la obra se convierte en un espejo cultural. En plazas públicas de Europa y América, Nuestros Silencios se presentó como una protesta pública silenciosa, capaz de suscitar preguntas sobre la libertad de expresión y la autocensura, sobre la memoria histórica y la capacidad humana de escuchar lo que no se dice. La magnitud de las piezas genera una experiencia envolvente que involucra al espectador a transitar entre ellos, a sentir físicamente el peso y la densidad del silencio.

La presencia de las placas sobre los rostros encarna una tensión ambigua. Lo que parece proteger también limita, lo que oculta también revela. Así, la obra señala que el silencio puede ser tanto una forma de opresión como un espacio de resistencia, tanto un acto de protesta como un gesto de dignidad. En este recorrido, el silencio no es vacío, sino lenguaje alternativo. La obra invita a reconocer que lo que no se dice, pesa tanto como lo que se enuncia, que en el ámbito social y político, los silencios también construyen historia, y que en lo personal cada uno guarda dentro de sí silencios que lo definen. Con más de una década de itinerancia, Nuestros Silencios se consolidó como una intervención pública de resonancia internacional. Su capacidad de dialogar con contextos tan distintos confirma que el silencio, en su multiplicidad de significados, es un patrimonio humano común.

El modelo original y prueba de autor

Por primera vez, se presenta al público el modelo original y prueba de autor que dio origen a la instalación monumental Nuestros Silencios. Esta obra, concebida en el proceso creativo inicial, encarna en sí misma la semilla de todo el proyecto: la figura humana silenciada, en su tensión entre lo íntimo y lo político, entre lo que calla y lo que resuena. Exhibida de manera autónoma, permite al espectador acercarse a la génesis de una de las obras más significativas del arte público contemporáneo mexicano, revelando el gesto íntimo que, al multiplicarse, se transformó en protesta colectiva y experiencia global.

Fortaleza pentagonal

Cinco caparazones monumentales, dispuestos en forma de pentágono, componen una muralla imposible. Cada uno es un armazón vacío: un cuerpo protector sin cuerpo que proteger. En conjunto, la ausencia se multiplica y se hace monumental, convirtiéndose en un espacio de silencio y de memoria. El pentágono, figura cargada de simbolismo, remite al cuerpo humano con sus cinco extremidades, a los cinco sentidos, a lo ritual y a lo defensivo. La instalación oscila entre lo orgánico y lo arquitectónico, entre la fluidez que sugieren sus formas curvas y la solidez pétrea de su presencia.

Fortaleza no protege lo visible, sino lo invisible. No guarda lo tangible, sino la incógnita de lo que estuvo y de lo que pudo haber estado. Frente a ella, el espectador se enfrenta a una paradoja: ¿qué defendemos cuando lo esencial ya no está? La obra se convierte en un umbral, un testimonio de lo ausente y, al mismo tiempo, en la afirmación de que la verdadera fortaleza no está en lo que se muestra, sino en lo que resiste en silencio.

En diálogo con el recinto legislativo, cuestiona cómo se construyen las estructuras de defensa colectiva y hasta dónde nos contienen o nos restringen.

Anatomía del silencio

La pieza se erige como un cuerpo múltiple y ambiguo, donde lo masculino y lo femenino conviven en un mismo lenguaje formal. Sus volúmenes evocan hombros, caderas, pubis, un corazón latente, o incluso pliegues sensuales que se abren y se resguardan a la vez. Cada perspectiva revela una parte distinta del misterio: lo que en un ángulo parece torso, en otro se transforma en un fruto, en otro en un órgano vital.

Esta ambigüedad no busca confundir, sino invitar a contemplar el cuerpo como un territorio abierto a la interpretación. La obra habla del silencio como origen y resguardo, como espacio interior donde se gesta lo esencial antes de convertirse en palabra o acción. Es una anatomía no de órganos, sino de lo indecible, lo íntimo y lo profundo. El blanco semimate acentúa la pureza y la calma, mientras que la base circular de acero negro sostiene la pieza como si fuese un altar contemporáneo. La tensión entre la suavidad orgánica de la forma y la firmeza geométrica del pedestal proyecta una idea de dualidad: fragilidad y fortaleza, vulnerabilidad y protección, deseo y recogimiento. “Anatomía del silencio” propone una mirada al cuerpo que no se limita a lo biológico ni a lo erótico, sino que lo concibe como un espacio de memoria, sensualidad y espiritualidad. Una escultura que contiene, protege y al mismo tiempo expone lo más íntimo: la certeza de que el silencio también tiene cuerpo, materia y presencia.

Dos abrazos

La obra Dos abrazos se desarrolla en tres tiempos. Primero, una forma que sugiere lo femenino se interna en lo masculino, invirtiendo el orden biológico y revelando que también en la intimidad los roles pueden transformarse. En el segundo, ambas figuras encuentran su cauce en una tercera: un abrazo que las envuelve y protege, convertido en ceremonia gracias al oro que subraya su carácter ritual. Una tercera lectura emerge al situar la obra en su caja de cristal dorado: se percibe como un relicario funerario, donde el oro preserva lo que ya parece petrificado. Allí el gesto íntimo se expande como metáfora de nuestra época, en la que el orden natural se quiebra. Instalada en la Cámara de Diputados, la pieza interpela al poder colectivo: ¿asistimos al funeral de la naturaleza, o aún podemos?

Naturaleza imposible IV

Un corazón abierto que guarda más vacío que plenitud: en Naturaleza imposible se materializa la tensión entre Eros y Thanatos, entre el impulso vital y la atracción de la muerte. El interior oscuro de la pieza es un llamado ambiguo: puede contener afecto, memoria y deseo, o dejar ver únicamente el olvido y la pérdida. El bronce, con su dureza y permanencia, congela aquello que en la vida es fugaz y vulnerable, convirtiendo lo invisible en presencia inmutable. La obra se ofrece como metáfora de nuestra condición: cada latido anuncia un renacer, cada vacío una muerte parcial. Frente a ella, el espectador se pregunta si este corazón es origen de vida o anuncio de un final.

Guardianes del Silencio

Los Guardianes son la representación escultórica de un tránsito: del silencio impuesto al ejercicio pleno de la palabra. Su verticalidad y solemnidad los convierte en vigías, custodios de la libertad de expresión. Cada uno guarda un estadio de ese recorrido: la negación, la fisura y la liberación. La semilla, en el último Guardián, es símbolo del potencial humano: la palabra no sólo libera, sino que siembra. Cada diálogo auténtico es una semilla que puede germinar en comprensión, justicia y transformación social.

– Silencio: el cuerpo y la boca sellados representan lo reprimido, lo negado.
– Fisura: la apertura en el manto y el esbozo de boca señalan la tensión interna, el inicio de la grieta que rompe la opresión.
– Diálogo: la boca abierta y la semilla en el pecho revelan que hablar es sembrar, que cada palabra puede abrir caminos.

Caja táctil

La experiencia más íntima de la exposición, una de las piezas estrella, disfrutada por millones de personas alrededor del mundo. Aquí no basta mirar: hay que tocar, explorar a ciegas, confiar en el propio cuerpo para descubrir. La Caja Táctil traslada la reflexión sobre la libertad de expresión y la autocensura de lo público a lo personal, nos recuerda que también habitamos espacios interiores, secretos, silenciosos, amurallados, donde Instalación escultórica, lo social, lo individual también puede permanecer oculto, encerrado y en un silencio conveniente.

Topografía de lo invisible
(Instalación escultórica transitable)

La instalación está conformada por cuarenta dedos índices blancos cada uno sobre un bloque de concreto que funge como soporte y fundamento simbólico, que juntos trazan un mapa que no se mide en kilómetros, sino en elecciones. En los pedestales se inscribe en bronce una palabra: 20 valores y 20 antivalores, que se enfrentan en un mismo plano. No se trata de esculturas monumentales por sí mismas, sino de un conjunto que, al disponerse en la plaza principal de la Cámara de Diputados, se vuelve monumental por su escala colectiva , por su impacto espacial y por la fuerza del mensaje que generan en comunidad. El visitante puede recorrer los pasillos entre las esculturas, en un gesto que convierte la explanada en un espacio de convivencia y decisión. El recorrido no impone una dirección: cada persona elige frente a qué palabra detenerse, a cuál dar importancia, o si tomar el conjunto como un todo que refleja la condición humana.

El contraste entre valores como “igualdad, justicia, honestidad, solidaridad” y antivalores como “traición, avaricia, intolerancia, violencia”, encarna la tensión que define nuestras decisiones personales y colectivas. La pieza plantea que lo cotidiano —lo que pensamos, lo que hacemos, lo que decidimos— puede conducirnos tanto a la máxima expresión del ser humano como a su decadencia y negación.

La monumentalidad del conjunto no está en el tamaño de cada pieza, sino en la experiencia espacial y simbólica del todo: 40 esculturas que crean un campo de reflexión colectiva en el corazón de un espacio político, obligando a quien transite a confrontar lo que eleva y lo que degrada a la sociedad.

Las distintas maneras de ser XLI

La obra parte de imágenes microscópicas de líquenes, esporas y pequeñas plantas recogidas del agua y de la tierra. Estos organismos mínimos, grabados en acero al ácido, se muestran con un detalle casi científico, pero convertidos en gesto artístico. Su escala, multiplicada en la plancha, revela que lo invisible a simple vista encierra un universo de formas, diferencias y decisiones vitales. Aunque todos pertenecen al mismo ecosistema, ninguno de estos organismos es idéntico al otro. Cada uno carga con su propia singularidad y con la capacidad de responder al entorno: la humedad, la luz, el lugar de caída. Esa capacidad de adaptarse y crecer de manera única es la semilla de la metáfora: lo que parece minúsculo y prescindible encierra una individualidad irreductible. En este espejo microscópico, la obra habla de los seres humanos. Así como cada espora trae consigo su carga genética y su capacidad de decidir cómo crecer, cada persona nace con un equipaje de herencia y de libre albedrío que la convierte en un ser irrepetible. La pieza recuerda que la igualdad de origen no significa uniformidad, sino un horizonte de diferencias que se entrelazan en un mismo hábitat compartido.

1300 g II

La obra 1300 g II se erige como un espejo brutal entre la dimensión inmaterial del pensamiento y su reducción a una medida material. Los cerebros, fundidos y recubiertos con hoja de oro, son convertidos en reliquias, objetos de contemplación y devoción. Ese recubrimiento dorado actúa como metáfora ambivalente: por un lado, la exaltación del intelecto como lo más sagrado del ser humano; por otro, la denuncia de cómo el oro, símbolo de poder y codicia, cubre y homologa lo que debería ser único e irreductible. En este conjunto de más de doscientos nichos, uno solo rompe la repetición: el que contiene un lingote de oro marcado con el peso promedio del cerebro humano, 1300 g. Ese gesto puntual, es el centro de la obra. Allí se condensa la paradoja contemporánea: lo intangible del pensamiento, la memoria, la conciencia y la creatividad, reducido a un número y equiparado a una mercancía. El lingote se convierte en una medida brutal de equivalencia: una masa de oro que pesa lo mismo que la mente humana. Es, al mismo tiempo, un homenaje y una crítica: homenaje a la mente como núcleo de nuestra humanidad, y crítica a una sociedad que, con frecuencia, traduce el valor humano a cifras, a pesos, a transacciones. La pieza plantea un dilema al espectador: si lo más complejo del universo —la conciencia humana— puede ser equiparado a un lingote, ¿qué queda fuera de esa lógica mercantil? ¿Hay algo que escape a la tentación de convertirse en oro, en cifra, en capital?

Tú

Dos dedos índices monumentales que se señalan mutuamente. En este gesto se condensa el núcleo de la condición humana: igualdad y desigualdad, acusación y reconocimiento, confrontación y diálogo. ¿Quíen es el otro? ¿Quién soy yo frente al otro? Tú, es una metáfora frontal: el poder que señala también es señalado, el representante que acusa también es interpelado por el representado. Un recorrido de lo invisible por todos los pronombres, del yo al ellos, del ustedes al tú, de ellos al nosotros. Esta obra es una escala de menor tamaño de la obra monumental exhibida por primera vez en Trafalgar Square y recientemente en el Museo Nacional de Antropología, es una pieza gemela de la que se exhibe de forma permanente desde 2020 en la entrada del Museo de Memoria y Tolerancia de la Ciudad de México.

El artista jalisciense José Rivelino Moreno Valle, mejor conocido como Rivelino, ha desarrollado desde finales de los años 90 una propuesta artística que se distingue por la exploración de las posibilidades estéticas y de comunicación en distintos niveles en el género del relieve. Es uno de los artistas mexicanos más activos en el campo de la intervención en el espacio público urbano.

El relieve es para Rivelino una disciplina con la capacidad de comunicarse en distintos planos, desde el sensorial hasta el intelectual a través de la presencia física de la obra, la estética de los materiales, el lugar y tratamiento que ocupa cada componente en la obra, incluso el título que los acompaña. Estos relieves son espacios en los que existe una intención simbólica en las marcas, cortes, huecos, heridas, volúmenes, grafías, composición, tamaño y color; son, así, territorios sensibles, contenedores de narraciones que llevan al espectador a conectar directamente con sus sentidos y su memoria. «Los relieves son una piel que lleva grabada las huellas de ritos, creencias y memorias comunes a toda la humanidad».

En su interés por detonar diálogos con la memoria colectiva, el entorno urbano forma parte esencial del trabajo de Rivelino, pues alberga numerosas memorias y tiene una enorme capacidad de conexión con el espectador, sin intermediarios. Sus esculturas en las calles, plazas, centros de reunión o construcciones emblemáticas irrumpen en la identidad e historia del lugar con temáticas que inciden en circunstancias o problemáticas de ética social y derechos humanos, alterando el orden estético del espacio público mediante narrativas escultóricas que transitan entre lo real, lo surreal, lo posible y lo imposible.

Artista independiente, Rivelino divide sus actividades entre la creación, la investigación y el activismo en temas de economía, cultura y desigualdad. En 2010 participó en la Expo Universal Shanghái con el relieve Diálogos naturales. En 2012 presentó obras en el Foro Económico Mundial de Davos, Suiza, con el tema Arte y desigualdad.

Atrevido en sus proyectos, entre 2009 y 2015 expuso en ciudades de Europa, México y Estados Unidos la exitosa intervención escultórica monumental que, bajo el título Nuestros silencios, defendía el derecho a la libertad de expresión y exhibía la autocensura. En 2012 cimbró al medio artístico institucional mexicano con la intervención Raíces, una gigantesca metáfora en torno a la identidad mexicana, de 1.2 km, que trepaba y reptaba entre catorce emblemáticos emplazamientos prehispánicos, virreinales y modernos del Centro Histórico de la ciudad de México.